La Envidia Desvía la Prosperidad

 

Por Henry Thomas Hamblin

Una emoción perniciosa que tuve que vencer fue la envidia. Cuando era joven, me enseñaron que la envidia era un pecado y que no deberíamos permitirla; pero no sabía que era causa de pobreza y carencia. Tuve que aprender esto por experiencia.

Cuando iba al banco a pagarme y sacar dinero – reuniendo todo lo que podía juntar, el resultado era bastante escaso con una tremenda cantidad de trabajo y esfuerzo – sentía bastante envidia al ver a otras personas recibiendo mucho más que yo y sacando mucho más de lo que yo jamás habría soñado.  

No sólo me hacía sentir envidia, sino también un poco de resentimiento. Ahí estaba yo, trabajando casi hasta que se me cerraban los ojos, recibiendo tan poco, sacando una miseria, mientras que otras personas, quienes parecían pasarlo mucho mejor, podían retirar del banco en un día más de lo que yo podría haber retirado en un mes entero. Así, yo pensaba lo bueno que sería si yo pudiera hacer lo mismo o algo similar.

Entretener pensamientos envidiosos es una de las peores cosas que podemos hacer, porque nos coloca en una posición negativa. Al hacerlo, reconocemos que nuestra posición en la vida es inferior y nos colocamos en una posición similar a la de alguien que pide limosna. Mientras mantengamos esta actitud mental, las cosas que necesitamos y deseamos tenderán a fluir lejos de nosotros en lugar de fluir hacia nosotros. El remedio para este estado es bendecir a aquellos cuyo estado, aparentemente más afortunado, podría incitarnos a la envidia. 

La causa de nuestras circunstancias restringidas es nuestro propio estado mental. En lugar de saber que todas las cosas son nuestras y que todos los recursos del Infinito están detrás de nosotros, buscando encontrar expresión a través de nosotros, el pensamiento dominante en nuestra mente es que nada es nuestro y que si no perseguimos las cosas, las perderemos.  Pero si bendecimos a aquellos cuya prosperidad nos molesta o nos provoca envidia, y rezamos para que sean aún más prósperos y bendecidos en todas las formas posibles, entonces, al hacerlo, sanamos nuestro propio estado mental.

Cuando pedimos de esta manera y derramamos nuestra bendición sobre aquellos que aparentemente están mucho mejor que nosotros, entramos en la conciencia de quien, poseyendo todas las cosas, derrama de su abundancia cuantiosos regalos sobre los demás. En otras palabras, al bendecir a otros, nosotros mismos somos bendecidos y toda sensación de inferioridad y carencia es superada. 

Yo tuve que luchar mucho conmigo mismo por esto. Mi entrenamiento temprano -aunque fue muy bueno en muchas formas- estaba en mi contra a este respecto. Mi padre siempre condenaba a quienes ‘se daban la buena vida’: decía que esas personas eran duras, despiadadas y egoístas. Pero niño, como era, podía ver que él tenía envidia de las mismas personas que condenaba y también que codiciaba su prosperidad.

Ahora, no hay nada más destructivo y más calculado para alejar el suministro de nosotros, que esto: condenar y juzgar duramente a quienes, en este momento, están mejores que nosotros y al mismo tiempo ser envidiosos de su prosperidad y codiciosos de su riqueza.

Ahora tengo bastante claro que, si no hubiese desviado la tentación de la envidia a la que había dado paso en ese momento, nunca habría superado mi complejo de pobreza y, en consecuencia, nunca habría entrado en un estado de libertad en lo que respecta al suministro. 

He tenido muchas conversaciones con hombres que han bajado en la vida: hombres que empezaron la vida con todo a su favor, pero que dejaron que todo se les escapara entre los dedos hasta que por fin han tenido que vivir de la caridad de sus hijos. En todos los casos he encontrado que ellos condenaban a quienes los habían superado en la carrera de la vida y, aún más, envidiaban su éxito y codiciaban su riqueza. Se quejaban de que nunca tuvieron una oportunidad y que nadie los ayudó.

Yo, al haber sido educado en una atmósfera de condena y envidia, no es sorprendente que experimentara dificultades para librarme de ella. Aunque no creo que haya condenado, pero debo confesar que envidaba a aquellos que parecían ser más afortunados que yo, y que me hubiese gustado ser tan afortunados como ellos. Por supuesto, esto era pura ilusión y la mayor debilidad.

Como ya he dicho, descubrí que el remedio era rezar por aquellos que estaban mejor que yo para que, en lugar de envidiarlos, yo deseara con más fuerza que fueran bendecidos y prosperaran más que nunca. Aunque rece para que ellos pudieran ser bendecidos, y no para mí, el resultado fue que yo fui maravillosamente bendecido al encontrarme liberado por completo de un espíritu envidioso y, en lugar de ser un indulgente en las ilusiones, era un dispensador de bendición.

La oración de este carácter nos lleva directamente a nuestro Centro Divino, de modo que es como si Dios estuviera pronunciando bendiciones y derramando bendiciones sobre aquellos por quienes oramos.

Por lo tanto, el gran secreto de la libertad, es la práctica de la Presencia de Dios. Podemos practicar la Presencia como una ayuda en nuestro trabajo y en nuestro desarrollo espiritual; también podemos hacerlo como ayuda para la sanación, dándonos cuenta de que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en la Vida Infinita, y que traemos nuestra fuerza de la Única Vida que nunca envejece.

También podemos practicar la Presencia de Dios como la Fuente de todo suministro: podemos darnos cuenta de que aquí, con nosotros, está todo lo que necesitamos en su forma invisible, en lo Invisible que nos rodea.

Cuando bendecimos a otros y rezamos para que sus vidas estén llenas de la abundancia Divina , se hace posible que la bendición llegue a nuestras propias vidas. No rogamos ni rezamos por ello, lo expresamos: fluye a través de nosotros.  

Por supuesto, no tengo nada que decir para alentar a aquellos que esperan que las cosas caigan en su regazo. Yo creo en el trabajo abundante y en tratar de servir tan bien que la vida nos deba algo. Pero el trabajo solo no es suficiente: la imaginación debe ser reorientada.

Tampoco mantendría ninguna esperanza para aquellos que han hecho una demanda mental definida, esperando que se demuestre de cierta forma. Mi experiencia ha sido que es lo inesperado lo que suele suceder, y que lo que invocamos desde lo invisible muy a menudo nos llega en una forma muy diferente de la que podemos haber descrito. Pero siempre Dios excede abundantemente, por encima de todo lo que pedimos o pensamos.

Por Henry Thomas Hamblin (1920) – Traducción Marcela Allen

Libros de Henry Hamblin – Wisdom Collection


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