Esfuérzate por Olvidar

Esforzarse por olvidar a los enemigos, o enviarles solo pensamientos amables, es un acto de autoprotección como lo es levantar las manos para protegerse de un golpe físico. El persistente pensamiento de amabilidad aparta el pensamiento de mala voluntad y lo hace inofensivo. El mandato de Cristo de hacer el bien a tus enemigos se basa en una ley natural. Está diciendo que el pensamiento o elemento de buena voluntad lleva el mayor poder, y siempre desviará y evitará el perjuicio del pensamiento de mala voluntad.  

Pide el olvido cuando solo puedas pensar en una persona o en una situación con el dolor que produce la pena, la ira o cualquier otra causa. La petición es un estado mental que pone en movimiento fuerzas para traer el resultado necesario. Pedir es la base científica de la oración. No supliques. Pide persistentemente tu parte de fuerza de los elementos que te rodean, mediante los cuales puedes dirigir tu mente a cualquier estado de ánimo deseado. 

No hay límites a la fuerza que se puede obtener mediante el cultivo de nuestro poder de pensamiento. Puede alejar de nosotros todo el dolor que surge de la pena, de la pérdida de la fortuna, de la pérdida de los amigos y de las situaciones desagradables de la vida. Tal poder es, precisamente, el elemento o la actitud mental más favorable para la obtención de fortuna y amigos.

La mente más fuerte saca el pensamiento agobiante, agotador, preocupante, lo olvida y se interesa por otra cosa. La mente más débil se queda en el pensamiento inquietante y preocupante, y se esclaviza con él. Cuando temes una desgracia (que tal vez nunca ocurra), tu cuerpo se debilita; tu energía se paraliza. Sin embargo, a través de la petición constante, puedes sacar de ti mismo un poder que puede deshacerse de cualquier miedo o estado mental problemático. Este poder es el camino hacia el éxito. Pídelo y aumentará cada vez más, hasta que por fin no conozcas el miedo. Un hombre o una mujer sin miedo puede lograr maravillas.

Por: Extracto del libro: “Tu Poder Supremo” de Prentice Mulford | Traducción Marcela Allen Herrera

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