Recibimos lo que damos, es una ley infalible

Recibimos lo que damos. Nunca he sabido que esta regla falle a largo plazo. Si damos simpatía, aprecio, buena voluntad, pensamientos caritativos, admiración y amor, con el tiempo recibiremos todo esto de la humanidad.

Podemos otorgarlos inmerecidamente, como el sembrador de buena semilla puede arrojarla sobre una superficie rocosa, pero los vientos del cielo la esparcirán al aire y, aunque la roca permanezca estéril, los campos darán una cosecha de oro.

No obstante, la semilla debe ser buena. Si me digo a mí mismo, sin ninguna consideración verdadera por el otro en mi corazón, “necesito agradarle a esa persona, haré todo lo que esté a mi alcance para complacerla”, no debo sorprenderme si mis esfuerzos fracasan o resultan solo de eficacia temporal. Tampoco debo sentirme sorprendido o apenado si, más adelante, descubro que otras personas me brindan una amistad estratégica, acciones sin ningún sentimiento de fundamento.

No importa cuan amable y útil que sea mi conducta hacia un individuo, si en lo secreto de mi corazón lo critico y lo condeno severamente, debo esperar la crítica y la condena de los demás como mi parte. Cosechamos lo que sembramos. Algunas cosechas tardan más en crecer que otras, pero con el tiempo todas aparecen.  

El servilismo en el amor, o en la amistad, o en el deber, nunca es elogiable. No creo que Dios mismo se sienta halagado cuando los seres, que creó como el tipo más elevado de su obra, se declaran gusanos sin valor, indignos de su consideración.

Nosotros somos herederos del reino de Dios y legítimos herederos de la felicidad, la salud y el éxito. ¿Qué monarca se sentiría complacido de que sus hijos se arrastraran en el polvo, diciendo: “Somos menos que nada, criaturas miserables e indignas”?  ¿Acaso no preferiría oírlos decir, con orgullo: “Somos de sangre real”?

Debemos creer siempre en lo mejor de nosotros mismos, en nuestro derecho a amar y ser amados, a dar y recibir felicidad, a trabajar y ser recompensados. Y entonces, deberíamos dar nuestro amor, nuestros dones y nuestro trabajo sin pensar ansiosamente en la recompensa.

Si tenemos la oportunidad de amar a un individuo que no tiene amor; de dar a alguien que está en bancarrota en cuanto a gratitud; de trabajar duro para el que no lo aprecia, no es más que una privación temporal para nosotros. El amor, la gratitud y la recompensa nos llegarán con el tiempo de alguna fuente, o de muchas fuentes. No puede fallar.


El Corazón del Nuevo Pensamiento (1903) por Ella Wheeler Wilcox.


¡ Suscríbete a nuestro blog!

¡Regístrate para recibir Felicidad en tu correo electrónico!

No enviamos spam. Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Te puede interesar...